Acabo de releer uno de mis libros de cabecera sobre el cambio climático, aunque es un libro que ya se puede considerar antiguo, no deja de sorprenderme la clarividencia del autor ya en aquellos años (finales de los 80) sobre lo que estaba por llegar, y sobre su capacidad de síntesis. Y es que no hay nada como andar sobre una pista certera para dar con la clave para predecir el futuro. En este caso su antigüedad lejos de hacerlo perder valor, nos sirve para verlo con la perspectiva del tiempo y comprobar lo acertado de sus reflexiones.
Por su puesto que este libro no se lo ha leído (ni a oído hablar de él) ningún negacionista del cambio climático, entre otras cosas porque los negacionistas del cambio climático no leen.
Aunque se titula los próximos cien años, no habla de predecir el futuro, ni de geopolítica, se centra solo en el estudio del cambio climático conocido hasta ese momento (y no era poco) y las consecuencias a largo plazo que tendrá. Voy a resumirlo por capítulos aunque me he saltado el primer capítulo que es una pequeña introducción al concepto de las siete esferas que se comentará más adelante, basándose en la historia de la ecosphere (una pequeña esfera de vidrio herméticamente cerrada con unos camarones y algunas algas, a modo de reflejo de lo que es la tierra ).
Precisiones minuciosas
El caso del CO₂ y la curva de Keeling: El punto central del capítulo se relaciona con la curva de Keeling (la medición continua y precisa de dióxido de carbono atmosférico realizada en el Observatorio de Mauna Loa, Hawái). Weiner describe la disciplina de los científicos que, día tras día, año tras año, documentaron el ascenso constante y alarmante de las concentraciones de CO₂. Esta medición, que muestra una fluctuación estacional pero una tendencia alcista imparable, se convierte en el símbolo de la evidencia.
Weiner explica cómo la ciencia ambiental pasó de hablar de "contaminación" en términos generales a medir con precisión la química del aire, el agua y el suelo. Las "precisiones minuciosas" son los números y los gráficos que, aunque aburridos para el ojo inexperto, son la prueba más poderosa de que la humanidad está alterando la atmósfera a una velocidad sin precedentes.
Se explora la forma en que los científicos utilizan núcleos de hielo polar (burbujas de aire atrapadas en el hielo) para mirar miles de años atrás y medir la composición atmosférica histórica. Estos datos minuciosos demuestran que las concentraciones actuales de gases de efecto invernadero han superado los límites naturales de la variabilidad de la Tierra, confirmando que la mano del hombre es la causa.
La curva de Keeling
Este capítulo narra la historia del químico atmosférico Charles David Keeling y su incansable trabajo que resultó en la curva que lleva su nombre. (La curva de Keeling es el primer gráfico de este post . El capítulo comienza describiendo el escepticismo inicial y la falta de datos sobre el dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera a mediados del siglo XX. Keeling se propuso medir las concentraciones de CO₂ con una precisión nunca antes vista. Keeling eligió el observatorio de Mauna Loa en Hawái como su sitio principal de muestreo. Este lugar, aislado en medio del Océano Pacífico, era perfecto porque ofrecía un aire "limpio" y bien mezclado, lejos de las fuentes de contaminación local, lo que permitía medir la verdadera composición global del aire.
El texto enfatiza la disciplina y la dedicación de Keeling, quien se mantuvo midiendo día tras día, a menudo luchando por conseguir financiación para una tarea que muchos consideraban tediosa o innecesaria en sus inicios. La curva de Keeling, registrada a partir de 1958, reveló dos patrones fundamentales y esenciales para comprender la crisis climática: El ciclo de la respiración de la biosfera (La oscilación anual, subida y bajada obedeciendo a las estaciones) y la curva de Keeling, que no es una línea recta., sino que muestra un patrón de subida constante.
Los niveles de CO₂ descienden durante la primavera y el verano en el hemisferio norte (donde hay más masa terrestre), ya que las plantas crecen y absorben CO₂ a través de la fotosíntesis. Los niveles suben en otoño e invierno, cuando las plantas mueren y liberan el carbono. Este patrón demuestra que la biósfera está viva y activa. Pero la tendencia alarmante (un ascenso constante). Lo más crucial de la curva es su tendencia al alza implacable de un año a otro. A pesar de la caída estacional, cada pico y cada valle subsiguiente se encuentra a un nivel más alto que el anterior. El capítulo subraya que este ascenso constante no es natural y es el resultado directo de la quema de combustibles fósiles por parte de la humanidad.
Weiner posiciona la Curva de Keeling no solo como una gráfica, sino como el diagnóstico médico del planeta. Antes de Keeling, la idea del calentamiento global era una hipótesis. Después de Keeling, se convirtió en un hecho medido y cuantificado. El capítulo explica que la curva demuestra que la Tierra no es capaz de absorber todo el CO₂ que producimos. Una parte se absorbe en los océanos y la biósfera, pero el excedente se acumula en la atmósfera, lo que conduce al aumento del efecto invernadero.
Atropos
Aquí se aleja de las precisiones numéricas de la atmósfera (capítulos 2 y 3) para centrarse en la pérdida de la vida biológica y la extinción de especies causada por la actividad humana. El título es una referencia directa a la mitología griega: Átropos (Atropos) era una de las tres Moiras (Parcas o Destinos), la encargada de cortar el hilo de la vida, simbolizando la inevitabilidad y la finalidad de la muerte.
El capítulo aborda la crisis de la biodiversidad y argumenta que la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica que está precipitando una extinción masiva comparable a las grandes extinciones del pasado de la Tierra. Weiner se centra en la destrucción de los hábitats más ricos en especies del mundo: los bosques tropicales húmedos. Explica que, aunque cubren una pequeña porción del planeta, albergan la gran mayoría de la diversidad biológica. La tasa de deforestación se presenta como la principal causa de la pérdida de especies.
La tasa acelerada de pérdida. El autor no solo documenta que las especies están desapareciendo, sino que enfatiza la velocidad a la que esto sucede. La pérdida de especies es un proceso que normalmente lleva milenios, pero la actividad humana lo está acelerando a una tasa sin precedentes, incluso en una escala de tiempo de décadas. El concepto de "Átropos" entra en juego al recalcar que la extinción es el punto final absoluto. A diferencia de la contaminación o el agotamiento del ozono, que en teoría pueden revertirse o sanarse a lo largo del tiempo, una especie perdida se ha ido para siempre. Este acto de "cortar el hilo de la vida" biológica es irreversible y empobrece permanentemente el patrimonio genético del planeta.
El capítulo reflexiona sobre las implicaciones de esta pérdida de biodiversidad para los ecosistemas globales. La extinción no solo significa la pérdida de una criatura, sino la desestabilización de las complejas redes de vida que mantienen el funcionamiento de la Tierra, desde la polinización hasta la composición química del suelo.
"Atropos", es una advertencia sombría que subraya la finalidad del daño ambiental humano. Mueve el foco del aire que respiramos a las criaturas que nos rodean para mostrar que la crisis ambiental no solo afecta el clima, sino que está eliminando la vida misma de forma permanente.
Un lento Eureka
Marca un punto de inflexión en el libro, ya que sintetiza la información dispersa de los capítulos anteriores para formar una conclusión unificada y aterradora sobre el destino de la Tierra. El título en sí mismo subraya que la comprensión científica del cambio climático no fue una revelación única e instantánea, sino un proceso gradual y difícil de aceptación por parte de la comunidad científica y el mundo.
El capítulo se centra en el proceso de síntesis y la toma de conciencia de que los problemas ambientales (el agujero de ozono, el aumento del CO₂, la extinción) no eran crisis aisladas, sino manifestaciones interconectadas de un único fenómeno: la intervención humana a escala planetaria (el inicio de la era del antropoceno, aunque el término no se usara formalmente en ese momento). Weiner describe cómo los científicos de diferentes campos (químicos atmosféricos, oceanógrafos, biólogos) empezaron a notar que sus datos individuales contaban una historia compartida.
El "lento eureka" es la realización de que la quema de combustibles fósiles no solo calienta la Tierra, sino que también acidifica los océanos. La deforestación no solo causa extinción, sino que también libera carbono a la atmósfera, alimentando el calentamiento.
El capítulo establece que la humanidad ya no es solo un pasajero en la Tierra, sino un agente geológico que está reescribiendo las reglas de funcionamiento del planeta. El texto subraya la dificultad para aceptar la magnitud de este "eureka". La mente humana y las estructuras políticas están acostumbradas a problemas locales o a corto plazo, no a cambios sistémicos que abarcan siglos y que requieren una cooperación global sin precedentes.
El capítulo narra el momento en que las preocupaciones teóricas sobre el efecto invernadero se transforman en una realidad probada que exige una respuesta inmediata, superando las dudas y el escepticismo inicial dentro de la propia ciencia. "Un lento eureka" no solo expone el problema, sino que implica que la comprensión clara y unificada de la crisis es el primer paso crucial para formular soluciones. Si los problemas están interconectados, las soluciones también deben serlo. El capítulo se convierte en un llamado a la acción basado en la ciencia confirmada, invitando al lector a unirse a ese mismo "eureka" y a aceptar la magnitud de la tarea que tienen por delante los próximos cien años.
El primer verano del tercer milenio
El título "El primer verano del tercer milenio" se refiere al verano de 1988 en los Estados Unidos donde se produjeron grandes olas de calor y sequías que recordaban el “Dust bowl” de los años 30 del siglo XX). Utiliza una escala temporal histórica y épica para describir el momento en que la humanidad ya no puede ignorar el cambio climático. El capítulo sitúa este verano como el primer gran hito climático del nuevo milenio. No es solo un verano caliente, sino el signo de que la Tierra ha cruzado un umbral fundamental. Es el inicio oficial de la era en la que la humanidad es la fuerza dominante que moldea el clima (la era geológica informalmente conocida como el antropoceno). El capítulo abandona los gráficos de la curva de Keeling para describir la sensación visceral de un mundo que comienza a recalentarse. Se centra en el impacto de las olas de calor prolongadas, las sequías extremas y el aumento de la intensidad de las tormentas y huracanes, que son los primeros síntomas dramáticos del calentamiento global.
Representa el momento en que la ambigüedad climática termina. Ya no es posible que los gobiernos, los medios o el público en general atribuyan los fenómenos meteorológicos extremos únicamente a la "variabilidad natural". El calor es la prueba viviente e ineludible de que los datos científicos de las décadas anteriores se han materializado en nuestro día a día.
El capítulo utiliza este verano para advertir que el planeta tiene límites. Este es el primer aviso severo de que el sistema terrestre está reaccionando a la presión humana, lo que obliga a la sociedad a confrontar las consecuencias a largo plazo (como la subida del nivel del mar) que solo se agravarán a medida que el milenio avance. En resumen, el capítulo es la visualización narrativa y dramática de la tesis central del libro: el futuro predicho ya está aquí. El "primer verano del tercer milenio" es el momento de la verdad, un punto de no retorno a partir del cual el cambio climático se convierte en el factor dominante de la existencia humana.
Sobre este capítulo publicaré un post próximamente para poner en contexto aquel verano de 1988.
Las siete esferas
Es capítulo funciona como una gran síntesis final en la obra de Jonathan Weiner, justo antes de abordar las soluciones y el futuro a largo plazo. Este capítulo no se limita a documentar una amenaza, sino que descompone el planeta en sus sistemas fundamentales (las "esferas") para mostrar cómo todos ellos están siendo alterados simultáneamente por la humanidad, subrayando la complejidad de la crisis. Tras haber presentado el calentamiento (CO₂) y la extinción (Átropos) por separado, este capítulo fusiona todas las amenazas en una visión holística. Demuestra que la crisis no es de agua, aire o vida, sino de sistemas en red.
El capítulo enumera y describe la situación de las grandes esferas de la ciencia de la Tierra:
o Atmósfera: Amenazada por el CO₂ y el agotamiento del ozono.
o Hidrosfera (Océanos y Agua): Amenazada por el calentamiento, la acidificación y la contaminación.
o Criosfera (Hielo): Amenazada por el deshielo y el consecuente aumento del nivel del mar.
o Litósfera (Tierra/Suelo): Amenazada por la erosión, la desertificación y el agotamiento de los recursos.
o Biosfera (Vida): Amenazada por la extinción masiva y la destrucción del hábitat.
La contribución clave de Weiner aquí es la inclusión de las esferas dominadas por el hombre, que son tanto la causa del problema como la única vía para la solución:
o Tecnosfera (Tecnología y Energía): La esfera que debe transformarse, alejándose de los combustibles fósiles y buscando innovaciones que permitan una coexistencia sostenible.
o Sociosfera o Politosfera (Sociedad y Política): La esfera de la gobernanza, la legislación, la economía y el comportamiento social, que debe coordinarse globalmente para implementar cualquier solución efectiva.
"Las siete esferas" es el argumento definitivo de Weiner de que el problema no se puede abordar con soluciones puntuales. La crisis ambiental es estructural y sistémica, y requiere que la humanidad aprenda a gestionar todos los sistemas interconectados del planeta. Este entendimiento global es la premisa para la discusión final del libro sobre la esperanza y la acción.
Agujeros de Ozono
En los años 80 el agujero de ozono estaba a la orden del día (y si ya no lo está fue gracias al protocolo de Montreal, y una posterior ratificación que abandonó totalmente la producción mundial de CFC´s). Nada que ver con las COP del cambio climático. El capítulo titulado "Agujeros de Ozono" se centra en la crisis de la capa de ozono, un problema ambiental que, aunque distinto del calentamiento global, sirve como un ejemplo fundamental de la capacidad humana de alterar el planeta y, crucialmente, de su capacidad de acción colectiva.
El capítulo narra la historia del descubrimiento y la respuesta a la destrucción de la capa de ozono estratosférico, que protege la vida terrestre de la dañina radiación ultravioleta (UV) del Sol. Weiner relata el trabajo pionero de químicos como Sherwood Rowland y Mario Molina (ganadores del Premio Nobel) que, ya en la década de 1970, teorizaron que los clorofluorocarbonos (CFC), utilizados en aerosoles y refrigeración, podían ascender a la estratosfera y destruir las moléculas de ozono (O3) catalíticamente.
El "agujero" real, una dramática y rápida disminución de la concentración de ozono, fue confirmado a principios de los años 80, especialmente sobre la Antártida, donde las condiciones de frío extremo y las nubes estratosféricas polares magnifican la destrucción. El capítulo se enfoca en las implicaciones directas para la vida. El aumento de la radiación UV plantea riesgos graves para la salud humana (aumento de cáncer de piel, cataratas) y amenaza la base de la cadena alimentaria marina, afectando al fitoplancton.
El punto más importante de este capítulo, en el contexto de un libro sobre el destino de los próximos cien años, es que la crisis del ozono es el ejemplo de un problema ambiental que fue efectivamente abordado a nivel mundial. Se destaca la creación del Protocolo de Montreal (1987), un acuerdo internacional que estableció la eliminación gradual de la producción de CFCs. Weiner usa este caso para ilustrar que, cuando la ciencia es clara y las consecuencias son suficientemente urgentes, la cooperación política global es posible, ofreciendo un rayo de esperanza frente a la mucho más compleja crisis del calentamiento global.
"Agujeros de Ozono" es la historia de una catástrofe evitada: una prueba de que los humanos somos capaces de generar un daño catastrófico a escala planetaria, pero también somos capaces de reconocerlo, ponernos de acuerdo y empezar a revertirlo. Es una lección de esperanza pragmática para los desafíos restantes del tercer milenio.
La isla de Lovejoy
El capítulo titulado "La Isla de Lovejoy" se adentra en el corazón de la crisis de la biodiversidad y la extinción (un tema introducido en el capítulo "Átropos"), utilizando la metáfora de las islas para explicar por qué la destrucción de los bosques tropicales es tan catastrófica.
El capítulo se centra en el trabajo del biólogo conservacionista Thomas Lovejoy y su famoso experimento en el Amazonas. El experimento de fragmentación. El capítulo describe el proyecto de campo más ambicioso e importante de Lovejoy: el Proyecto de Dinámica Biológica de Fragmentos Forestales (BDFFP) cerca de Manaus, Brasil. Este experimento consistió en dejar intencionalmente parcelas de bosque de diferentes tamaños (por ejemplo, 1 hectárea, 10 hectáreas, 100 hectáreas) rodeadas por pastizales despejados (que actuaban como un "océano").
La idea era poner a prueba la teoría de la Biogeografía de Islas, que predice que las islas (en este caso, los fragmentos de bosque) pierden especies de forma predecible en función de su tamaño y su aislamiento. Los resultados del experimento, que se detallan en el capítulo, fueron sombríos. Los fragmentos pequeños no solo perdieron especies, sino que experimentaron una pérdida de especies masiva y rápida después del aislamiento.
Se narra el fenómeno del "efecto de borde", donde los bordes de los fragmentos sufren cambios drásticos de temperatura, humedad y viento, matando plantas y perturbando microclimas. Esto llevó a la extinción local (la pérdida de ciertas especies de aves, insectos o anfibios) mucho antes de lo esperado. El concepto de "Isla de Lovejoy" se convierte en una poderosa metáfora para lo que está sucediendo a todos los bosques tropicales del mundo. Cada vez que un bosque es talado para la agricultura o la ganadería, las parcelas restantes se convierten en islas.
La conclusión del capítulo es que no es suficiente con guardar unos pocos parches de bosque; la conectividad y el tamaño son vitales. La pérdida de especies no es aleatoria, sino un proceso predecible y acelerado por la fragmentación del hábitat, consolidando el argumento de que la humanidad es el catalizador de una extinción masiva. En esencia, el capítulo "La Isla de Lovejoy" proporciona la prueba de campo de que la actividad humana está impulsando la extinción biológica a través de la destrucción y la fragmentación del hábitat.
El oráculo de GAIA
Este capítulo proporciona un marco teórico para comprender la magnitud y la interconexión de las crisis detalladas en capítulos anteriores. El título hace referencia directa a la Hipótesis de Gaia, desarrollada por James Lovelock, la cual postula que la Tierra es un sistema autorregulado complejo donde la vida (la biósfera) interactúa con los componentes inorgánicos (atmósfera, océanos, roca) para mantener un medio ambiente apto para la vida.
Weiner introduce a Lovelock y su visión de la Tierra como un organismo vivo que se "gestiona" a sí mismo. La vida no solo se adapta al medio ambiente, sino que lo crea y lo regula. Por ejemplo, la vida ha regulado la temperatura, el nivel de salinidad de los océanos y la composición del oxígeno atmosférico a lo largo de miles de millones de años.
El "Oráculo" del título se refiere a que los datos ambientales (la curva de Keeling, el agujero de ozono, las extinciones) son la voz de Gaia que nos advierte. Estos datos no son solo números; son las señales de que la acción humana está poniendo a prueba los mecanismos de autorregulación del planeta. El capítulo plantea la pregunta fundamental: ¿Hemos empujado a Gaia demasiado lejos? ¿Seguirá el sistema respondiendo a nuestro estrés manteniendo un estado habitable, o superaremos un punto de inflexión que la obligará a cambiar a un nuevo estado de equilibrio, uno que podría ser mucho menos hospitalario para la civilización humana?
"El oráculo de Gaia" es una reflexión sobre el destino y la responsabilidad. Subraya que la Tierra no es un recurso pasivo, sino un sistema dinámico que reacciona. Si continuamos alterando las "siete esferas" de manera imprudente, Gaia se regulará, pero no necesariamente para nuestro beneficio. La lección es que la supervivencia de la civilización depende de que la humanidad aprenda a leer y respetar las "profecías" del sistema terrestre.
En esencia, este capítulo eleva la discusión del nivel de los problemas ambientales específicos a una comprensión holística y filosófica de que estamos interfiriendo con un sistema vivo y que su respuesta determinará el destino de los próximos cien años.
La nueva pregunta
Este capítulo sirve como la conclusión o el epílogo de la obra, donde Weiner sintetiza todos los datos y advertencias en un llamado final a la acción y la reflexión. El libro comenzó con la pregunta de si la humanidad estaba alterando fundamentalmente el planeta. Los capítulos intermedios (Keeling, Atropos, Gaia) han respondido a esta pregunta con un rotundo Sí. (Aunque los poderosos, como siempre, tratan que no lo sepamos)
La "vieja pregunta" era: ¿Está sucediendo? La "nueva pregunta" que plantea Weiner es: ¿Cómo vamos a vivir ahora que lo sabemos? El autor argumenta que la humanidad, por primera vez en su historia, tiene una conciencia científica de su papel como fuerza geológica dominante. La tarea que enfrenta la civilización es la de la autoadministración planetaria.
El capítulo subraya que el destino de los próximos cien años no está predeterminado, sino que es una cuestión de elección. Weiner enfatiza el poder único de la inteligencia y la tecnología humanas para crear el problema, pero también para resolverlo.
La nueva pregunta se reduce a cómo una especie fragmentada en naciones y economías puede unirse para gestionar un único sistema planetario (la Gaia descrita anteriormente). El precedente del ozono: Se recuerda el éxito del Protocolo de Montreal (visto en "Agujeros de ozono") como prueba de que la cooperación global, impulsada por la ciencia, es posible incluso cuando implica un costo económico inmediato. Weiner termina el libro con una nota de esperanza cautelosa. No ofrece soluciones fáciles, sino que centra la esperanza en la adaptabilidad y la creatividad humanas. La nueva pregunta no es solo sobre sobrevivir, sino sobre cómo prosperar en el futuro. Implica cambios profundos en la forma en que pensamos sobre el consumo, la economía, el crecimiento y nuestra relación con el mundo natural.
En conclusión, "La nueva pregunta" es una invitación al lector a dejar de lado la negación y la pasividad. El libro ya ha proporcionado todas las pruebas; el capítulo final exige que la humanidad elija activamente su futuro, aceptando la responsabilidad sin precedentes de ser los únicos administradores del planeta en el tercer milenio.
Aunque se trata de un libro “antiguo” como se puede ver, está más de actualidad que nunca y a mí, su lectura me ha resultado interesantísima, a pesar que me ha revelado pocas cosas que ya no supiera (entre otras cosas porque ya lo leí en los años 90), pero eso sí, es un resumen excelente de lo que hay que saber sobre el cambio climático. Quien no quiera comprarse el libro, si vive cerca de mi o/y me conoce personalmente me lo puede pedir, (con vuelta) 😉




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