El sistema socioeconómico actual tiene elementos de resiliencia importantes. Uno es que la alta conectividad aumenta la capacidad de responder rápido ante los desafíos. Por ejemplo, si falla la cosecha en una región, el suministro alimentario se puede garantizar desde otro lugar del planeta y lo mismo se podría decir de una parte sustancial del sistema industrial.
Sin embargo, la conectividad también incrementa la vulnerabilidad del sistema, ya que, a partir de un umbral, no se pueden afrontar los desafíos y el colapso de distintas partes afecta al conjunto. El sistema funciona como un todo interdependiente y no como partes aisladas que puedan sobrevivir solas.
A partir de un elemento cualquiera, como la falta de accesibilidad a gas y petróleo, esta carencia se transmite al conjunto. En este sentido, demasiadas interconexiones entre sistemas inestables pueden producir por sí mismas una cascada de fallos sistémicos.
Una mayor conectividad implica que hay más nodos en los que se puede desencadenar el colapso. A esto se añade que el sistema económico altamente tecnologizado depende cada vez de más materiales, de forma que la posibilidad de que falle uno de ellos aumenta y, con ello, el riesgo sistémico. Esto es una aplicación de la ley del mínimo de Liebig, según la cual el recurso disponible en menor cantidad determina todo lo demás. Como estamos viendo ahora con la escasez de microchips.
Pero el capitalismo global no solo está interconectado, sino que es una red con unos pocos nodos centrales. El colapso de alguno de ellos sería casi imposible de subsanar y se transmitiría al resto del sistema. Algunos ejemplos son:
i) Todo el entramado económico depende de la creación de dinero
(crédito) por los bancos, en concreto de aquellos que son “demasiado grandes
para caer”.
ii) La producción en cadenas globales dominadas por unas pocas
multinacionales hace que la economía dependa del mercado mundial. Estas cadenas
funcionan just in time (con poco almacenaje), son fuertemente
dependientes del crédito, de la energía barata y de muchos materiales distintos.
Esto ha provocado el atasco logístico del que aún no hemos salido y no parece
que vayamos a salir ya nunca.
iii) Las ciudades son espacios de alta vulnerabilidad por su dependencia de todo tipo de recursos externos que solo pueden adquirir gracias a grandes cantidades de energía concentrada y a un sistema económico que permita la succión de riqueza. Pero, a su vez, son un agente clave de todo el entramado tecnológico, social y económico.
El colapso se da en situaciones de altos niveles de estrés en distintos planos del sistema. Esto fue lo que le sucedió al Imperio romano y a la civilización maya. Por lo tanto, la conectividad jerarquizada es un elemento intrínseco del capitalismo fosilista globalizado que lo hace más vulnerable, aunque no es la única causa de esta vulnerabilidad. Una segunda es la velocidad. En una sociedad capitalista, el beneficio a corto plazo es lo primero. Y estos beneficios se evalúan en tiempos cada vez menores: año, trimestre, semana, día, hora. Esto implica que la capacidad de previsión y de proyección futura sea poca. Además, el capitalismo necesita crecer de forma acelerada.
Un tercer elemento de debilidad es que la sociedad capitalista globalizada se ha convertido en una potente extractora de recursos del planeta, eliminando el colchón con el que afrontar los desafíos que tiene por delante. Bajo esta mirada, las sociedades del pasado eran mucho menos vulnerables a un cambio climático y, sin embargo, este fue el detonante de fuertes transformaciones. A esto se suma la ley de rendimientos decrecientes, que se ejemplifica en que la TRE de los combustibles fósiles no convencionales y las fuentes alternativas se sitúan dentro del “precipicio energético”, haciendo imposible el sostenimiento de la complejidad actual.
La probabilidad del colapso también depende de las tecnologías que se utilicen. Por ejemplo, una tormenta solar no produciría efectos en una sociedad agraria y, en cambio, sería devastadora en una sociedad hipertecnificada, al afectar a los sistemas de comunicación vía satélite y a los aparatos electrónicos. Así, la caída del sistema eléctrico será desastrosa.
No hay tiempo para una transición ordenada que pueda esquivar el colapso. El cambio de la matriz energética conlleva décadas en un escenario de disponibilidad energética al alza.
Una vez
asentado un modo de vida urbano, una economía mundializada, un consumo material
en aumento y un tamaño poblacional alto, desengancharse del consumo energético
que conllevan, requiere un gran cambio civilizatorio.
Ante todo
esto, se plantea (más con el corazón que con el cerebro) que el intelecto humano
será capaz de esquivar el colapso. Para ello, una de las herramientas principales
serán los avances tecnológicos.
El cerebro humano tiene limitaciones para comprender lo sistémico, lo remoto y lo lento y aún más las evoluciones exponenciales, lo cual no quiere decir que no pueda intuirlas y comprenderlas rudimentariamente. Además, los seres humanos reaccionan adecuadamente cuando el límite a partir del cual un comportamiento seguro se torna en peligroso está bien definido, incluso aunque los riesgos no lo estén; pero el colapso de la civilización industrial está plagado de umbrales de difícil definición. Así, se entrará en situaciones de no retorno sin notarlo y, cuando esto suceda, los cambios serán rápidos e imparables.
El colapso de una civilización dura muchas décadas y la reducción es bastante paulatina para la percepción humana, aunque en términos históricos sea rápida. Al principio, las señales son difíciles de percibir para la mayoría de la sociedad; después, se tiende a pensar que cualquier periodo de estabilidad significa que el colapso se ha detenido; finalmente, cuando se acumula la degradación social, este es el estado que se percibe como “natural”. Una prueba histórica de esta incapacidad de las sociedades humanas es que muy pocas, o quizá ninguna, han sido conscientes de que entraban en una crisis civilizatoria. Los grandes cambios en los sistemas socioeconómicos son considerados como tales retrospectivamente. En el caso del Imperio romano, la población no pareció ser consciente de todo el proceso. Sí de las derrotas militares, pero no de la situación de fondo.
Referencia: En la espiral de la energía Volumen II
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